Alejandra Pizarnik: Una Voz

24 de febrero de 2009

La ultima inocencia...

Partir
en cuerpo y alma partir.



Partir
deshacerse de las miradas



piedras opresoras



que duermen en la garganta.





He de partir


no más inercia bajo el sol



no más sangre anonadada



no más fila para morir.



He de partir

Pero arremete ¡viajera!

Alejandra Pizarnik

Fotos: Google

15 de febrero de 2009

El Absurdo como relación (parte III)

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....................Ella tenía 18 años. Yo le doblaba la edad- podía ser un personaje de Valle Inclán o una presencia edónica de Francisco Delicado. Cuando se lo dije (ella no me entendió) quiso esbozar una respuesta que quedó en sus labios. Arqueó los hombros y sonrió. Recordé entonces que H.G. Wells, el autor de La máquina del tiempo, se había enamorado de su alumna, Amy Catherine Robbins cuando él era profesor de biología en la Escuela de Ciencias, de Londres. Me tranquilicé a mí mismo recurriendo a la experiencia que dan las letras cuando éstas lo deslumbran a uno.
Ya era muy tarde cuando nos fuimos de la Real. Nos dirigimos hasta Avellaneda, y la dejé en el número 114 de la calle Lambaré, la casa donde “su vieja rezongona” estaba dispuesta a pelearla en cualquier momento y por cualquier motivo.




..............Entró hojeando el libro de Tristán Tzara y se dio media vuelta para decirme que iba a “estudiar a fondo” la obra de un autor como él, que se expresaba con tanto desparpajo sobre la literatura de su época.




............Me acerqué más a la puerta y olvidando la despedida, le referí algunas curiosas anécdotas de Tristán Tzara. Aquella por ejemplo, en que una admiradora, después de una conferencia en Zurich, le extiende el libro de Racine y le pregunta qué opinaba del autor.
Tzara leyó el título y lo arrojó hacia un costado por encima de otros concurrentes, mientras decía, contrariado: “¡Merde, merde! Esto no es para leer.”
Alejandra se echó a reír, y yo agregué algo más mezclando las extravagancias del dadaísmo con el surrealismo.



...............Recordé aquella exposición en que los asistentes debían entrar a través de un boquete abierto en un mingitorio. Y una vez dentro, destruir las obras con todo lo que uno tuviera a su alcance. Eran las palabras y la acción en una unidad inapelable. Si dadá no era nada, si dadá era un producto farmacéutico para imbéciles, nada mejor que negarlo todo y aun la misma existencia.



.............Alejandra reía. Hojeaba el libro y me miraba. El profesor se diluía. Se convertía e un “amigo más”. O en algo más profundo, cuyos límites (o ilimites) iba a demarcar el tiempo.

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Juan Jacobo Bajarlía

(Alejandra Pizarnik, anatomía de un recuerdo)
Dibujos: Alejandra Pizarnik

5 de febrero de 2009

El absurdo como relacion (parte II)

............Hacia delante, en primera fila, mudos como ante una representación del mito en Epidauro, se hallaban Antonio Román, más tarde jefe de creativas en el diario Clarín, y Alejandra Pizarnik. Esta era la única que tomaba apuntes y seguía atentamente mi exposición. Anotaba cuanto decía y levantaba la mano para interrogar sobre aquello que de alguna manera estaba en oposición con el tradicionalismo.



...........Una semana después, fascinada por ciertas frases de Tristán Tzara que yo traducía de Le surréalisme et l´aprés-guerre, frases donde yo hablaba de la tradición revolucionaria específicamente poética, y del absurdo que se vuelve un valor poético como el dolor y el amor, se acercó a mí a la salida de la Escuela y me preguntó si era posible conseguir ese libro. Sus lecturas no habían pasado de Rubén Darío, y ahora advertía que el mundo de la poesía tenía otros parámetros que modificaban sustancialmente la concepción poética.


............Le dije que lo viera a Félix Gattengo de mi parte en la Librería Galatea (Viamonte casi esquina Florida) y le preguntara al respecto. El, antiguo integrante de los grupos surrealistas, en París, solía importar libros franceses, y era posible que lo tuviera o lo hiciera traer. En ese sentido, para nosotros, era el librero que más rápido adquiría las obras publicadas en Francia, especialmente las del surrealismo.

...........Dijo todo eso por decir algo, pero me remordió la conciencia y le extendí el ejemplar que yo había traducido en clase. Le pregunté si sabía francés. Respondió que sí y que se ayudaba con un diccionario de Acalá-Zamora y Teophile Antignac, editado por Sopena.
Como era temprano la invité a tomar café en la Confitería Real, en Corrientes y Talcahuano.

...........Alejandra tenía 18 años, y en mi lista de clase figuraba como Pizarnik, Flora Alejandra. Había nacido en Avellaneda el 29 de Abril de 1936, y tenía una hermana (de la que solía hablarme de nombre Myriam. Su padre Elías Pizarnik, era un joyero a domicilio (expresión de Alejandra). Su madre Rosa Rejzla Bromiker, una vieja rezongona, como ella decía, con la que siempre estaba en conflicto. No la entendía, o por exceso de celos siempre había motivos para discutir.

.............Todo eso me fue revelado aquella noche en la Real. Llena de acné, un tanto inclinada levemente y con cierta dificultad para hablar que provenía de su mala respiración (alguien la habría calificado ligeramente de tartamuda), me dijo que en casa la llamaban Buma, flor, en idish) y a veces Blimele (florcita). Incluso en algún momento tenía fatiga por cierta esclerosis y una alergia asmática mal curada. Este síntoma le producía dolor de espalda y la impulsaba a cualquier analgésico.


.............Mientras ella apuraba un cigarrillo entre inhibida y locuaz, yo a cada instante reencendía mi pipa, me detenía en sus grandes ojos verdes o calibraba su cabello castaño, su tez morena y sus labios gruesos y sensuales. Entre sus ojos y sus labios, el Bosco hubiera imaginado una naturaleza más apocalíptica o un infierno poblado de otros monstruos....



http://www.bajarlia.com.ar/

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Fragmento extraído de: "Alejandra Pizarnik, Anatomía de un recurdo"

(Juan Jacobo Bajarlía)
Ed. Almagesto 1998

El absurdo como relacion (parte I)

(Juan Jacobo Bajarlía)




..............Mi clase, en la Escuela de Periodismo, calle Libertad, entre Diagonal Norte y Tucumán, era la más concurrida en 1954. Yo dictaba Literatura Moderna, nombre con el que disfrazaba una apasionante historia de los movimientos de vanguardia, rechazados oficialmente en los institutos de enseñanza durante el gobierno de Juan Domingo Perón.





...............Ese día de abril de 1954 inicié las clases sobre dadaísmo y la definición de Tristán Tzara acerca del arte como producto farmacéutico para imbéciles. Me proponía romper con los convencionalismos y el falso folklorismo alentado por los envejecidos arúspices del Estado. Hablé del espontaneísmo como medida de la tendencia, de la traición de André Bretón a sus compañeros dadaístas, de los que luego se separará para lanzar en 1924, El Primer Manifiesto del Surrealismo, cuando Antonin Artaud, ya derrumbado, pero lúcido, pedía toda clase de drogas para calmar sus dolores.



.............El espontaneísmo de 1916, defendido doctrinariamente por Dadá, decía yo, se había convertido en el enigmático automatismo surrealista de 1924. cuando Tzara fustigaba, desde Zurcí (donde nace el dadaísmo) la Primera Guerra Mundial, como causa del hundimiento de la civilización, André Bretón, desde París, mediante el supuesto automatismo, tomado del psicoanálisis, impulsaba a una batalla para hallar el punto de sutura entre la realidad y el sueño, entre el entorno esclavo de la materia y la imaginación proyectada desde las zonas más profundas del inconsciente.



...........Recalcaba la adhesión de André Bretón a Freud, su admiración por el mito d Edipo y la tendencia de algunos de sus compañeros a los espíritus redivivos de Allan Kardec, arrojados en Le Livre des sprits, de 1857, infinidad de veces reeditado y celebrado como el descubrimiento del siglo. Analizaba la contradicción entre el espíritu y la materia y las proposiciones de Marx invirtiendo a Hegel, que estaban implícitas en el surrealismo.



..........De entre los concurrentes a esa clase, recuerdo al rector de la Escuela que era Americo Barrios, al profesor de sociología José Ramón Cortés Martínez, y a Omar Viñole, el Hombre de la vaca, que entonces enseñaba oratoria en el mismo establecimiento, como simple pretexto para reiterar la prosa de combate de su periódico El Tanque.


Fragmento extraído de: "Alejandra Pizarnik, Anatomía de un recurdo" (Juan Jacobo Bajarlía)

Ed. Almagesto 1998